domingo, 8 de junio de 2014

Domingo 8 de junio.

No me he vuelto a pesar. Anoche salí con un gran amigo. Ya son veinte años de amistad, hemos pasado de todo juntos. Es socio en un pub que me gusta bastante. Es amplio, su techo está a doble altura, va gente adulta, poco ruidosa y no hiede a frituras. Además venden cervezas de muy buena calidad. Tomamos una cantidad moderada, cuatro shops regulares. Días atrás tomamos dos shops de litro cada uno. Lo de anoche fue más tranquilo.

Tenía ganas de hablar con él. Si en el período de fines de siglo XX y comienzos del XXI hubo una juventud dorada en mi ciudad, fuimos nosotros. Tuvimos acceso a internet desde mil novecientos noventa y cuatro, en IRC. Para el noventa y ocho, ya éramos veteranos. Siendo menor de edad fui investigado por actividades de hacker. Esa fue una experiencia divertida: un día mi padre, prestigioso abogado, me hizo algunas preguntas bien específicas sobre unas claves que había sustraído. Como siempre, le dije la verdad. Me contó que lo habían llamado de una empresa exigiéndole que les pagara lo que les había sustraído, o lo demandarían. Les dijo que era abogado y le encantaban los juicios. No volvieron a llamarlo.

Estaba atorado para contarle a este amigo que había chateado dos noches seguidas con una mujer que no conozco en persona. Sabemos como somos porque nos agregamos en facebook. Ella tiene veintidós años. Y nos quedamos conversando hasta las cuatro de la madrugada. Cuando le conté se rió y me dijo que eso tan del año noventa y cinco. No sólo de ese año, a decir verdad. Años después, especialmente los primeros años de universidad, el IRC era una fuente inagotable para tener acceso a mujeres y reunir soledades por un rato. Internet seguía siendo algo relativamente limitado, por lo que estar ahí daba la presunción de pertenecer a cierto grupo social.

Ese período de mi vida terminó hace una década. Hoy todavía estoy tratando de saber dónde quiero ir.


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