lunes, 30 de junio de 2014

Lunes 30.

Hoy empecé el día de una manera genial: salí a caminar a las siete veinte de la mañana. Caminé por el barrio durante media hora. Quiero caminar, caminar rápido y en algún momento empezar a trotar. Sigo gordo pero ya se me notan los primeros músculos abdominales. Como supongo saben, más importante que hacer cientos de repeticiones es bajar el porcentaje de grasa. Los músculos están, pero si quieres lucirlos tienen que verse.  Eso se logra reduciendo el tejido adiposo del cuerpo. Y me sobra mucho, todavía.

Cerca de las nueve me pasó a buscar mi jefe y nos fuimos nuevamente a la zona. Es extraño que te digan tanto lo valiente que eres por trabajar en tal lugar. Y más aún, que te toque trabajar con causas que también son noticias. Hasta ahora es mi trabajo y lo paso bien.

Con mi jefe conversamos mucho. Hemos aprendido a llevarnos bien. Nos ha llevado algo de tiempo, nuestras personalidades son muy distintas. Él es bastante dubitativo, tiende a no terminar las frases, se disculpa por todo. Es considerado hasta un extremo que me resultaba molesto. Pero ya no, es así y punto. Hoy me confesó que se asombraba de todo lo que yo sabía. Sí, sé mucho sobre muchas cosas.

Sé mucho, soy muy inteligente, tengo cierta agilidad mental, soy simpático y empático. No puedo contar todas las veces en mi vida que han dicho que "soy un príncipe", de buenas maneras, capaz de conversar con todo tipo de personas. Soy bastante considerado y atento, un caballero ante todo. Sin embargo, no gobierno el mundo.

Y ese es mi problema. Desde que tengo recuerdos me he sentido mejor que el resto. Cuando era niño era una gracia pero al crecer se fue volviendo problemático. Siempre hubo personas a las que le molestó mi carácter. Creo no haber sido un petulante, no andaba manifestando que mirara al resto en menos. Simplemente lo sabía. En algún momento me volví una especie de chico malo. Me empezaron a anotar. Bajé mis notas. Metí un compañero adentro de un basurero. Le quebré la nariz a otro. Le debo haber pegado a la mitad de la gente de mi generación. Pero tampoco diría que era un matón, nunca empecé yo alguna pelea. Siempre fue defendiéndome. Me enfrenté a estudiantes mayores, una vez, al mismo compañero que metí en un basurero, unos malandras lo querían meter de cabeza adentro de una taza de baño. Entré y lo rescaté. No tuve que pegarle a nadie. Podía levantar a mis compañeros con una mano, era como un juego: me pedían que los levantara.

Eso, me dio sueño.





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